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“Aunar los territorios de la fe y la ciencia”

Por: María del Pino Gil | Publicado: Viernes 11 de diciembre de 2015 a las 04:00 hrs.
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El libro “Dos amigas frente al misterio. Fe y ciencia en diálogo sobre el hombre y su destino”, de Ediciones UC., del Padre Martino de Carli, Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se publica en un momento que no puede ser más oportuno. La reciente encíclica Laudato si´, del Papa Francisco, comparte con esta obra la preocupación por aunar los territorios de la fe y la ciencia -la moral y la investigación científica-, en un intento por crear conciencia en la sociedad de que, solo unidas y en constante diálogo, podrán salvar al hombre. Dos amigas frente al misterio ofrece una temática de total actualidad, enriquecida por el enfoque interdisciplinar con que su autor aborda los distintos capítulos que lo conforman.

- Apremia cada día con más fuerza, y así lo ha hecho notar la encíclica Laudato si´ del Papa Francisco, la preocupación por aunar los territorios de la fe y la ciencia -la moral y la investigación científica-. ¿Qué comenta al respecto?
- Ciertamente se hace urgente mostrar la comunicación entre los territorios de la fe y de la ciencia. He escrito mi libro, inspirado en las clases que imparto en la Pontificia Universidad Católica, para colaborar en esto. Pienso que es seguramente el desafío más importante que tenemos entre manos. Joseph Ratzinger, en su reflexión sobre la Modernidad, ha criticado la separación entre saber y creer. Esta separación implica que a la ciencia se le otorga la capacidad de saber, es decir, de decirnos lo que es verdadero y lo que es falso. Mientras que a la fe, en la mejor de las hipótesis, se le otorga la característica de creer. Pero se trata de un creer débil, que no comprende, que no conoce. Según Ratzinger, esta esquizofrenia, esta división, constituye el rasgo fundamental de la Modernidad.

Por lo tanto, me parece que la preocupación que el Papa Francisco expresa en su encíclica de aunar estos territorios está en continuidad con la reflexión que hacía Ratzinger cuando hablaba de la necesidad de ensanchar la razón. Ensanchar la razón significa ver la razón de una forma tan amplia, que permita considerar la ciencia en su método legítimo pero, a la vez, no desechar la capacidad de la fe de conocer. Y, por lo tanto, permitir también a la ciencia un nexo con la moral, con la ética. Evitar la deriva ideológica de la ciencia por un lado, y por otro lado, evitar que la fe se reduzca a mero sentimiento, a praxis, o a ideología…, porque, en un cierto sentido, los recientes atentados de París muestran cómo también la religión, no en su rostro auténtico, sino en su posible deriva, puede transformarse en algo ideológico y violento.

- La noción de absurdo no debe ser entendida, dice usted citando a Albert Camus, como el “simple sinsentido de la existencia”, sino como el “divorcio entre el espíritu que desea y el mundo que decepciona” (p. 88). Esta disyuntiva, ¿caracteriza realmente a la cultura de hoy?
- Obviamente un autor como Camus puede ser leído desde distintas perspectivas. La forma con la cual lo leo yo no es trágica, sino dramática. La tragedia, en un cierto sentido, remite a algo desesperado. Mientras que el drama remite a un fenómeno humano en el cual hay una apertura a la posibilidad de que exista un sentido de las cosas. Me parece que estos autores, representantes del existencialismo, constituyen una provocación interesante para la cultura de hoy porque, en un mundo cada vez más superficial, muestran que al final, lo que más urge en el hombre es dar una respuesta a la pregunta sobre el sentido de su existencia.

Según lo que yo he percibido leyendo algunos textos de Camus es que el sentimiento del absurdo, en él, no es necesariamente una afirmación de que un sentido no existe. Es, más bien, la búsqueda dramática de este sentido.

Creo que el llamado de atención de una literatura como esta es el de sacarnos de una rutina superficial. En cierto sentido, yo conecto mucho a Camus con Julio Cortázar, escritor argentino que tiene páginas parecidas. Son autores que te invitan, si bien no son explícitamente creyentes en el sentido confesional de la palabra, pero te invitan siempre a no conformarte con una rutina sin sentido. A ir, dice Cortázar, más allá de la puerta de la realidad para buscar el sentido último de las cosas.

- ¿Qué consecuencias puede suponer el que la ciencia y la tecnología actúen en solitario, sin la compañía de la fe?
- El peligro es el que el mismo Ratzinger llama una “hipertrofia de la ciencia”. Un órgano se vuelve hipertrófico cuando crece de una forma desmedida. Entonces, ¿qué significa decir que la ciencia se vuelve hipertrófica? Se vuelve todopoderosa, no tiene límites. Y todas las veces que el progreso se confía solamente a una ciencia, desvinculada de una moral, desvinculada de una cultura, de una fe, se vuelve capaz de destruir al hombre.

Este año se cumple el 70°aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Esta conmemoración nos invita a preguntarnos qué significa realmente “progreso”. Existe siempre el peligro de que la ciencia y la tecnología se vuelvan desproporcionadamente poderosas y fundamentalmente inhumanas.

Winston Churchill, en el año 1949, durante una conferencia en el MIT de Boston, haciendo referencia a las frases pronunciadas precedentemente por el Decano de Humanidades del mismo Instituto, que había exaltado la posibilidad de la ciencia de incrementar su capacidad de control sobre el espectro total de la vida del ser humano, inclusive sobre sus pensamientos, dijo: “Estaré muy contento de que mi tarea en este mundo haya terminado, antes de que esto ocurra”. El estadista inglés, con estas palabras, que se volvieron famosas, logró evocar el peligro real que acontece cuando la ciencia, reducida a tecnología y por lo tanto a poder, actúa en solitario.

Estos acontecimientos son el éxito de una cierta parábola de la Modernidad y además muestran que la ecuación religión-violencia, y aquí vuelvo a los atentados de París, es una ecuación que no se fundamenta desde la perspectiva histórica porque el siglo XX ha sido uno de los siglos más violentos y, al mismo tiempo, uno de los siglos menos religiosos de nuestra era.

- El mensaje que transmite este libro es fácil que llegue a la comunidad filosófica, a la teológica… Pero, ¿cómo hacerlo llegar a los miembros de la comunidad científica, cuya tarea se lleva a cabo en un laboratorio?
- Favoreciendo ocasiones de diálogo, que ayuden a los mismos científicos a profundizar el significado de su labor. Hace tres semanas, tuve la oportunidad de moderar un panel sobre ciencia, en el cual participaron un biólogo de la Pontificia Universidad Católica y dos físicos de la Universidad de Chile. En el diálogo entre los tres científicos, sobre ciencia y vida, la nota dominante fue el tema del asombro frente a la realidad.

Hay que tener en cuenta que la ciencia implica necesariamente una reducción metodológica, porque requiere utilizar un método. Por eso, es legítimo que los científicos se encierren en su laboratorio, dado que es la garantía de que puedan obtener resultados.

Sin embargo, la ciencia no explica la totalidad de la realidad, y tampoco es capaz de explicarse a sí misma. Hay en ella muchos elementos meta-empíricos, es decir, elementos que el mismo método empírico no explica: interpretación, lectura de signos, creencias… Por lo tanto, la ciencia no solamente no es capaz de fundamentar la realidad, sino que tampoco es capaz de auto-fundarse. Cuando esto resulte evidente, un científico libremente puede aceptar que existen dimensiones de la vida que su método no explica y, por lo tanto, abrirse al diálogo con otras disciplinas. Pero todo esto está confiado a la libertad del científico. Esto explica por qué hay científicos creyentes y científicos no creyentes.

- En la Modernidad se produjo una progresiva reducción del concepto de persona en beneficio del concepto de individuo. ¿Podría explicar esta dicotomía?
- El concepto de persona es un concepto cristiano que habla de una “relación con”. La noción de persona nace de la idea bíblico-cristiana de que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Con la Modernidad, la persona se concibe fundamentalmente como libertad que se auto-determina. Esto es justo, pero parcial. La libertad es capacidad de auto-determinarse porque es capacidad de elección. Pero este es un polo de la libertad, que no explica toda la libertad.

La libertad es también relación con lo verdadero, es relación con un bien que me realiza humanamente, es decir, es relación con Dios. Dios me ha donado la libertad para que yo pudiera llegar hasta él, para que yo pudiera reconocerle. Si se elimina este segundo polo de la libertad, esta permanece simplemente como libre albedrío.

Para explicarlo mejor, supongamos que alguien se pierde en un bosque oscuro durante la noche y tiene el deseo de volver a su casa, es decir, de volver a un lugar que constituye un bien para él. Si alguien le dijera: “No te preocupes, tú tienes la posibilidad de auto-determinarte. Tienes la posibilidad de elegir entre miles de caminos. Puedes ir por allí, por allá”. Pero no te dice: “El camino para volver a tu casa es este”, esa libertad se quedaría corta. Aunque pudieras dar vueltas durante toda la noche para elegir entre miles de posibilidades, al final no estarías contento. ¿Por qué? Porque estamos hechos para volver a casa, no para dar miles de vueltas en un bosque.

La auto-determinación, en otras palabras, es siempre respuesta. Si se olvida esto, la persona desaparece y se justifica todo.

- ¿Qué explica que realidades como el aborto o la eutanasia, en distintos países, pasen de estar prohibidas a ser lícitas o, es más, exaltadas como un derecho fundamental?
- No cabe duda de que hay un proyecto mundial que favorece esto. El cardenal africano Robert Sarah, en una entrevista muy bella que le hizo hace unos meses un periodista francés, frente a una pregunta que se le hace sobre este problema, dice que está claro que existen organizaciones en el mundo que se dedican a financiar esto. En el 2014 hubo cuarenta millones de abortos. Hay organizaciones cuyo trabajo es, sobre todo en los países en vías de desarrollo, favorecer estas realidades.

Por otro lado, pienso que la explicación de esto hay que remitirla a la exaltación de la capacidad de auto-determinarse, propia del hombre moderno. En los países democráticos, y aquí estoy parafraseando a Juan Pablo II, donde se confunde fácilmente la verdad con el consenso, es fácil que esta capacidad de auto-determinarse sea exaltada hasta tal punto que se vuelve el último criterio. Si el hombre se auto-determina, la vida tiene valor solo en cuanto él puede ejercer su libertad. Por eso, yo digo en el libro que el problema no es solamente moral, sino también antropológico, hasta incluso teológico, porque cambia la idea de Dios, cambia la idea del hombre y se llega a estas conclusiones.

Pero, en la segunda parte del libro, pongo una palabra de esperanza. Describo lo que, a mi manera de ver, debe ser la tarea de la Iglesia hoy. Considero que debe ser una tarea humilde. No basta repetir doctrinalmente una verdad, por muy legítima que sea. La Iglesia no puede renunciar a hacernos preguntas sobre qué es el hombre y cuál es su verdadero bien, pero, a la vez, debe dar testimonio de un acercamiento humilde, misericordioso, sobre todo a las personas que padecen las consecuencias de estas decisiones. Porque una mujer que aborta, muchas veces es una mujer sola, no siempre, pero muchas veces es una mujer que no ha sido ayudada. En estos casos, el rostro de la Iglesia debe ser un rostro que ofrece una compañía humana, cálida, intensa y humilde.

- ¿Por qué afirma Ud. que la fe católica constituye el punto más alto de la experiencia del hombre? ¿No podría ser acaso otra confesión, como la musulmana, la judía o la budista?
- El primer deber de una persona que nace en una determinada tradición religiosa es tomarse en serio esta tradición e ir hasta el fondo de ella. Ahora, ¿por qué considero, como católico, que la fe católica constituye el punto más alto de la experiencia religiosa del hombre? Porque creo que Jesucristo es el único que, a lo largo de la historia, no solo ha indicado un camino religioso, sino que además ha tenido la pretensión inaudita de identificarse con Dios, cosa que no encontramos ni en el islam ni en el budismo, por ejemplo.

Es como si estuviéramos en un edificio con muchísimas puertas, y las demás religiones abrieran algunas. Según yo, el cristianismo las abre todas, es como si tuviera la llave maestra, que no abre solo una puerta, sino que las abre todas. Ahora, qué bueno que haya religiones que abran una puerta o dos. Pero si yo encuentro la que las abre todas, ¿por qué buscar otra? De hecho, Cristo apuesta siempre por la libertad. Nos pide que verifiquemos si en verdad tenemos la llave maestra y, si es el caso, me parece que lo más razonable es utilizarla.

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